Nos
parecemos como un huevo a una castaña. Hay quién nos pregunta cómo narices
hemos logrado ser las cinco tan amigas. Y a pesar que contamos que nos
conocimos cuando nuestros menores de edad a cargo (MEC) iban a la misma
guardería, sabemos que somos amigas porqué juntas nos reímos mucho. No lo
parece, pero en realidad el asunto es profundo. Reímos por el gusto de reír,
sí. Y también reímos para no llorar. Y sobretodo porqué es necesario reír para
vivir. Un buen ejemplo de ese reír para vivir fueron los días en los que una de
esas progenitoras y amigas nos comunicó que tenia cáncer de pecho. Quién nos
iba a decir entonces que en los meses siguientes nos reiríamos tanto.
“Yo
me estoy curando”
Nuestros
MEC ya casi no se ven, pero nos importa un pimiento. Nosotras sí. Así que durante ese año nuestros
encuentros y conversaciones se centraron en intentar que la vida fuese el
máximo de normal. Porqué ella nos lo dejó clarísimo: “Mirad, chicas, yo no
estoy enferma, yo me estoy curando, así que nada de dramas”. De acuerdo, cuando
nos contaba que iba a las sesiones de quimioterapia cargada con una nevera,
hielos y palanganas, y cómo en el box se dedicaba a mojar a la vez las cejas y
las uñas de manos y pies con hielos y agua helada para que no se le cayesen,
aquello no era una conversación como la de otras veces. Pero lo hacía con tanta
gracia que reíamos hasta que nos saltaban las lágrimas. O la peluca. Se compró
una peluca rubia con el pelo liso. Estaba espectacular. Y evitaba que todos los
vecinos y conocidos se enterasen del asunto. No lo quería. Le daba una pereza
inmensa. Le aturullaba. Así que cuando la gente le preguntaba por el cambio de
peinado les soltaba que se había hecho el alisado japonés con una queratina
especial. Hubo hasta quién corrió a la peluquería para remojarse el pelo con el
mismo tratamiento… Nosotras la escuchábamos y nos partíamos de risa. Igual que
cuando nos confesaba su método para mantener la peluca impecable: “Tienes que
hacer lo mismo que con el pulpo a la gallega. La agarras, la golpeas fuerte
contra el mármol de la cocina, pam, pam, pam y listos, tu.
Lo
que más me maravillaba era su energía. Aún recuerdo cuando la fui a visitar al
pueblo de la costa donde veraneaba. Hacía poco que nos habíamos enterado y
esperaba encontrarla sin pilas. Y un cuerno. Había decidido que cada día
caminaría una hora y casi infarto intentando seguirle el ritmo (“Tengo que
llegar a la quimio fuerte como un toro”). No siempre estuvo así, claro. Sufrió
molestias y se encontró fatal. Pero a la que podía se hacía llevar hasta una
pista de esquí para hacer una bajadita. Después la operaron y para despedirse
de su pecho se fue a hacer topless durante unos días en una playa, a pesar que
ella nunca hacía topless. Y en seguida hizo planes para que cuando pudiese
reconstruirse el pecho, de paso, lograr tener su talla soñada. Una
reconstrucción que ha tardado años y que aún nos regala momentos hilarantes
(“Como un globo, chicas. Te lo tienen que inflar, para que luego se desinfle.
Pero quedaré estupenda. Estupenda”).
Yo se
lo conté por encima a mis tres MEC, y les pedí que fuesen cómplices del pasar
discreto de nuestra amiga. Gracias a ella mis hijos han podido ver de cerca que
hay palabras que no tienen que darnos tanto miedeo. Que en la vida nunca,
nunca, nunca se puede dejar de lado el sentido del humor, porqué cura. Y que a
veces hay personas que no lo logran, pero que muchas otras sí. Ahora ella
continua curándose. Y nosotras seguimos reuniéndonos para reír o no. Bien, para
qué engañarnos, sobretodo para reír.
Publicado
en el suplemento
Criatures, del periódico ARA. Sábado 19 de octubre del 2013
Nota: La foto que ilustra este post se ha publicado bajo licencia Creative Commons en el Flickr del usuario “FiorellaG8”